Hoy concluye la ruta y empieza el camino; el peregrinaje de este vagabundo del pixel que salió de casa, dejando la cama destendida y las camisas colgadas con la esperanza de volver. Hoy, la arena en las sandalias, y el ardor del sol en el desierto digital nos llevan a un nuevo oasis, a ese punto donde la propia existencia mediatizada no es mas que un punto de conexión con nuevas vidas, nuevas historias, nuevos lamentos, nuevos encuentros…

           

Hoy, los rastros del hombre, inocente como Adán, han quedado atrás. Una nueva carne es el resultado del éxtasis que producen las ideas. Las estructuras electrónicas que se reproducen como circuitos y en los que hoy plasmamos nuestros anhelos y fantasías.

            La experiencia doctoral, no es otra cosa que ese conectar y desconectar; enlazar conceptos y realidades; articular el mundo y redimensionarlo en su complejidad. Como todo círculo virtuoso en un loop sonoro durante una meditación, las ideas se remodelan, se reestructuran, pasan de lo intangible a lo tangible; se empoderan de uno, como si se tratase de una posesión.

            El fantasma de las ideas se aparece en nosotros, se reviste de nuestros movimientos, y se invoca en cada texto, en cada frase, en cada nodo de argumentación. Somo el médium, el vehículo de esta maquinaria universal, que nos termina por poseer.

            El paso por el aula nos vuelve maquinarias diseñadas para la resolución de conflictos y para construir algoritmos de innovación. La condición de estudiantes nos tornó en flujos, transmisores de entidades sígnicas dispuestas a darle vida a esta nueva sociedad digital.

            Hoy me encuentro dialogando con mi propia complejidad histórica en medio de la tempestad idílica que produce toda vida nueva. Es desde ahí donde agradezco mis nuevos medios y mensajes. Es ahí desde donde agradezco a Dios esta nueva condición de mediación. Desde donde pienso y repienso y agradezco a mi padre su testimonio, el ritmo con que me tatuó la necedad por aproximarme al misterio, por concretar los encuentros; a mi madre que me mostró el lugar que ocupa el corazón del hombre y la sutileza con que se le debe acariciar si se quiere sacar algo inimaginable; a Danita por compartir conmigo los silencios que se expanden en el alma humana; a Iyalicita por enseñarme que la vida se encara con ternura; a Fer, Angie y Daniel, porque sus sonrisas fueron zarza ardiente en el desierto. A mi familia entera porque su amor se divide en cada una de estas letras.

            A Chucho y Paty, que se fundieron con mi familia, enseñándome que la solemnidad de la vida se rompe con un par de tenis durante la comunión.

            A Fer, Polo, Emanuel, Demian, Sandra y Boby, mis grandes amigos imaginarios que por fortuna no necesitan de ouija para aparecer. A Clemente, Andrés, Allende y Tanius por su complicidad gastronómica y todas las tardes que me han hecho reir con su amistad.

            A Rossana Reguillo, que exprimió lo mejor de mí y me obligó a romper la membrana para constuir sentidos desde el lado B, de lo que el mundo esperaba que hiciera.

            Al Doc y a Nonó, por haberme dado alas y enseñarme a volar. A todos mis maestros porque esperaban de mis pasos algo más que una explicación.

            A Lety, Mary, Silvita y Noemí por todo su apoyo y “Likes” en este camino.

            A las tribus que fui dejando y a las nuevas que me adoptaron. A cada uno de los amigos reales, imaginarios y espurios; a los que se perdieron y a los que reencontré, a los que seguí y  a los que decidieron acompañarme; a los originales, a las copias y a los piratas; a los que se enlazaron; a los replicantes, a los que nos fueron dejando solos. A todos les digo gracias porque un retweet no bastaría para agradecer que somos algo más que una corazonada significante, signo y significado habitado; verbos que forman rostros, rastros que dejan los caminantes.

            Somos seres que se construyen y significan en la palabra. Más allá del ente que se rasura, el animal que convive, la horda que maquila, la creativa que se transporta, somos seres significantes, expresiones ontológicas, acciones dialógicas, multitudes que se expresan. Somos palabra, imagen y sonidos. Seres que se construyen de expresiones simbólicas.  Nuestra vida se moldea por completo en el significado. En la gratitud. Somos cuerpos en busca de sentido: signos encarnados. Somos el medio y el mensaje. El soporte y el contenido. Somos la evidencia de que todo lo que toca el lenguaje cobra vida. Somos un yo articulado, narrado, estructura sintáctica que busca diferenciarse en el mundo; combinación de morfemas y unidades semánticas ocultas entre trozos de carne, músculos y articulaciones.

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            Nuestro mundo, no es de este mundo. Es el de las palabras, las imágenes y el sonido. Nuestra especie se debate entre los mundos internos y los externos. Entre lo corpóreo y lo simbólico, vivimos suspendidos en lo intermedio, en un hiperespacio en el que los objetos son sólo una pequeña parte de lo que en verdad vemos, sentimos y queremos. Nuestra contradicción es la de los hablantes, la de la identificación, la diferencia, la incomprensión y la falta de sentido.